De entrada, tengo que confesar mi desdeñosa ignorancia en la asignatura bursátil. Lo que no impide que siga con interés profesional las peripecias de las bolsas. En fin, que he pasado un buen rato tratando de interpretar algo que en otra ocasión hubiera pasado por alto: las razones por las que Microsoft ha decidido dedicar otros – repito: otros – 40.000 millones de dólares a recomprar acciones propias, una cifra que hoy equivaldría al 9% de su capitalización bursátil de 443.000 millones. Este automordisco, con perdón, para el que no se ha fijado fecha límite, ha sido aprobado por el consejo de la compañía cuando aún están pendientes de ejecución 7.100 millones de los 40.000 millones autorizados anteriormente, y que deberán desembolsarse este año. Simultáneamente, se anunciaba un incremento de dividendo del 8%, de 0,36 a 0,39 dólares trimestral, con la peculiaridad de que ya son catorce años de aumentos consecutivos.
Por supuesto, es un signo de fortaleza de Microsoft. No es la única empresa que lo hace ni la más asidua, ni siquiera la que ha hecho compras más voluminosas, al menos en su sector. Apple, por ejemplo, se sumó a la corriente bajo la insistencia de un inversor ´activista` Carl Icahn, y desde entonces ha retirado de circulación el 17,5%.
No hace falta decir que Microsoft y Apple son empresas cuyas robustas tesorerías les permiten llevar a cabo estos «programas de retorno de capital» sin atenuar su capacidad de seguir invirtiendo en el crecimiento de sus negocios y, cada vez que se presenta la ocasión, en ampliar su perímetro mediante adquisiciones. Pueden incluso emplear su autocartera para pagar en acciones una parte de estas.
Los críticos de las recompras de acciones advierten que sería más lógico que las empresas usaran su free cash flow para invertir en desarrollar nuevos productos, abrir nuevas líneas de negocio y otras finalidades productivas, en lugar de juegos malabares con los que cortejar a Wall Street. Bueno, en realidad, hacen una cosa y la otra, porque se lo pueden permitir, y porque una característica de la industria de las T.I. es su baja intensidad de capital, lo que se refleja en la asombrosa acumulación de liquidez fuera de Estados Unidos, que no van a repatriar mientras no se cambie la fiscalidad.
Reintegrar liquidez a los accionistas – frase que a menudo se enuncia con intención demagógica – es sólo una de las opciones posibles en las políticas de asignación del capital. Si una empresa no es capaz de generar proyectos de crecimiento genuino, esa opción conduciría a medio plazo al accionista a llevar su dinero a otra empresa que sí los tenga. Así que estas maniobras no son para cualquiera.
No estoy divagando. Estas cuestiones – que afectan a empresas en las que trabajan numerosos suscriptores de este blog – han saltado al escenario político. En mis averiguaciones he leído que la candidata demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, critica los programas de share buybacks, con el argumento de que así detraen recursos que podrían usar para invertir en crecimiento y crear empleo. Uno de sus asesores ha escrito en Harvard Business Review que determinadas empresas racanean deliberadamente sus inversiones para aumentar artificialmente el PER, de lo que deduce que así inflan los bonus de sus consejeros y directivos. El retorno a los accionistas sería, desde este punto de vista político, una forma de hacerse perdonar el saqueo.
No sé, no sé… Es fácil entender el efecto práctico de esta práctica tan corriente: al reducir la oferta de acciones cotizadas, se provoca que la cotización suba. A veces, para disimular la insuficiencia de los beneficios, que sin ese artificio deprimirían la cotización. El objetivo es siempre contentar a los accionistas. Cuando estos echan cuentas, calculan lo siguiente: aumento de precio (plusvalía) + dividendo = rendimiento del activo financiero. El beneficio por acción sube porque el número de acciones disminuye.
En los últimos diez años, sólo 14 compañías del índice S&P 500 han invertido 40.000 millones de dólares o más en recomprar sus acciones. Entre ellas Apple (127.000 millones), IBM (109.000 millones), Microsoft (101.000 millones) y HP (47.000 millones). Abundan las opiniones según las cuales, esta política no podría aplicarse indefinidamente. Se cita el caso de IBM que la aplicó con ahinco durante años bajo el mandato de Sam Pamisano. Tanto que un analista llegó a bromear con la eventualidad de que algún día – creo que en 2031 – ya no sería posible comprar en bolsa acciones de IBM, porque todas serían propiedad de la compañía. Palmisano no consiguió su objetivo, y como el embeleco no podía durar, la actual CEO, Virginia Rometty, lo desmontó y se dedicó a reinventar el negocio.
Microsoft, fundada en 1975, no sintió necesidad de espolear la cotización hasta 2003, año en que Steve Ballmer lanzó su primer programa de recompra de acciones. Aunque los beneficios subían [7.000 millones en 2001, 12.000 millones en 2005, 20.000 millones en 2012] la acción languidecíó hasta que Ballmer dejó su puesto. A la confianza que genera Satya Nadella, se atribuye que Microsoft cotice actualmente a 56 dólares.
Según un informe de FactSet, en los últimos doce meses las empresas del índice S&P500 usaron el 72% de sus beneficios netos a recomprar acciones. El artificio ha sido apuntalado por un endeudamiento favorecido a su vez por los bajísimos tipos de interés, pero a menos que el sector recupere rentabilidad, será difícilmente sostenible. En este contexto hay que valorar la ampliación del programa de buyback aprobado por el consejo de Microsoft la semana anterior. Recuérdese que la Reserva Federal estadounidense no ha movido los tipos de interés por ahora, pero se espera que los suba antes de finales de año. Si el viento monetario gira para conseguir el mismo efecto, las empresas tendrán que «quemar dinero» o asumir nueva deuda para comprar sus propias acciones. ¿Valdrá la pena?